
UNA ÑOÑERÍA
Artículo presentado en el marco del Seminario "El goce del síntoma en la neurosis y psicosis" con la coordinación de Luis Tudanca. Se plantea la hipótesis de cómo la voluntad del amor, esto es, el intento de volver posible el encuentro con lo irrectible de lo real, lleva la marca de lo ñoño.
Entiendo que el tema que elegí para atravesar este seminario es uno ñoño. No uno entre varios: elegí el amor y este es, quizás, el asunto ñoño por antonomasia. Ñoño es un nombre hipocorístico, esto es un nombre afectuoso, infantil de suplantar uno real. Así de José a Pepe, de perro a guau guau. Ñoño vendría etimológicamente del latín nonnus que significa anciano, abuelo, de allí nono. Su uso más actual y local, es para referirse a un afecto de sensibilidad insulsa, discontinuada, un tratamiento infantil de una realidad sentimental. Es en general una referencia despectiva y en mucho se lo utiliza para hablar de las demostraciones de amor fallidas en su sofisticación, caídas en su elegancia. Habría que pensar si existe tal cosa como un amor sofisticado, deluxe, o si lo ñoño en tanto trash (basura) sería estructural al amor.
Entonces el amor, hablar del amor, y especialmente un hombre, hasta donde sé, que habla del amor, es una invitación a la ñoñería. La ñoñería es la necedad de lo ñoño, su obstinación, y por eso voy a plantear algunas preguntas en esta vertiente: ¿cuál es la voluntad del amor?, ¿qué se puede saber del amor a través de su intención? Y en esto voy a sostener un axioma: el amor busca. Pero ¿qué busca?
En las clases del seminario indiqué, a través de cierto recorrido barroco, las contradicciones en los dichos sobre el amor. Desde la música a la literatura el amor juega contra el amor, es un contra-dicho tras otro. Encuentro en esto la dificultad de volverlo un absoluto y es quizás lo que el slogan católico del amor para todos tiene tanto de atractivo como de decepcionante. El amor, en tanto universal, tiene algo de hoax o bulo, término informático para definir un engaño masivo que sirve su etimología a la más vernácula “bolazo” como aquella noticia falsa, exagerada, que pretende la captura del interés del otro. Aquí se puede plantear el engaño del amor, el bolazo del amor, a diferencia de la angustia, siguiendo el Seminario 10, que sería aquello que no engaña. Me pregunto, a través de Miller, si el amor sería la vía de acceso a lo imaginario como la angustia lo es a lo real.
En El Malestar de la Cultura, Freud cuestiona el mandamiento cristiano del amor al prójimo y plantea este amor como imposible, irrealizable: es imposible amar a todos por igual. Denis Rougemont plantea que este amor universal es un invento cristiano. Antes el amor era amor entre algunos. En cambio, el Dios cristiano ama a todos los pueblos, no solo al elegido (como en la tradición judía). Según Lacan, en el Seminario 21, esto produce un forzamiento, donde a partir de este mandato universalizante, el amor antes ubicado en lo imaginario (amor por sí mismo y por los que eran reflejo del sujeto) pasa a lo simbólico, que era lugar del deseo. En este proceso se vaciaría de la dimensión sexual al amor. Según Lacan el psicoanálisis debería corregir este desplazamiento, y lo hace por medio del amor de transferencia que no es universalizante sino singular.
Freud en Introducción al Narcisismo tiene una posición cínica sobre la intención del amor. Cínico, de manera extensa, como aquel a quien el otro no le importa. El amor sería para Freud siempre amor a sí mismo. El amor al otro, al semejante sería, quizás, una forma de reconquista. El mito de Narciso sería la alegoría que condensa este movimiento del amor: Narciso queda extasiado con su propia imagen y queriendo besarse se ahoga.
Ahora bien, existe también en el tour planteado, en la acumulación casi interminable de contra-dichos, un impulso a hablar de amor. Se podría estudiar lo incólume de la novela de amor o de la canción de amor que aún hoy sigue histerizando a las masas. De los Beatles a Jack White el amor sale ileso. Hablar de amor puede ser ñoño pero no pasa de moda. O más bien, la moda no degrada su vigencia. Así pues, otro punto a retener sería el detalle o la ligazón entre el amor y la palabra.
El encuentro amoroso, encontrar el amor, va a tener una cualidad contingente en su emergencia pero a su vez va a tender a volver necesaria esta contingencia. El que está en el amor no quiere que el amor termine y el que no lo está no puede más que buscarlo. El encuentro siempre es más bien un desencuentro ya que no se le puede aportar al otro la saturación de su falta, a lo sumo siguiendo la fórmula canónica, dar lo que no se tiene a quien no lo es, se le puede entregar la propia falta. En este punto, el amor sería un intento de suplencia de la no relación sexual. Partiendo de la idea de que no habría un órgano adecuado para el goce, hecho que la detumescencia vuelve patente, el amor como suplencia volvería adecuado lo inadecuado. Desde aquí se puede pensar la relación del amor al síntoma.
Si pensamos lo ñoño como suplencia de un nombre real. Si tomamos lo ñoño como ese laleo que denuncia el juego con la lalengua, el encuentro significante con lo real, cierta apropiación singular. Si tomamos la asociación de lo ñoño con lo infantil, con lo retro, y a su vez con el amor, quizás podamos decir que como tal la intención del amor, siempre fallida, será volver posible el encuentro con lo irreductible de lo real. Y de alguna manera, esa intención siempre tendrá algo de ñoño.
12 de Octubre de 2012.